miércoles, 2 de abril de 2008

La periodista Toñi Escobero logra el premio "Tiflos" con un reportaje que mostraba la vida de cuatro jóvenes cacereños con Síndrome de Down

REPORTAJE
Lecciones prácticas para la vida diaria

Cuatro jóvenes con síndrome de Down conviven en un piso para aprender a desenvolverse solos. EL PERIODICO comparte con Mario, Elena, Jacinto y María José un día de su instrucción, que forma parte de un proyecto pionero
18/03/2007 TOÑI ESCOBERO

Es martes y en el cuadrante de tareas principales del piso hoy toca hacer la compra de la semana. Pero falta medio día para eso. Ahora son las ocho de la mañana y en el número 3 de la plaza Ferdinand Montlanch, en el barrio del Espíritu Santo, los despertadores acaban de sonar.
Empieza otro día de aprendizaje para María José Colinas de 20 años, Elena Martínez de 22, Mario Barrantes de 18 y Jacinto García de 25, cuatro jóvenes con síndrome de Down que conviven en este adosado, dos semanas al mes, lejos de sus familias. Su instrucción responde al programa pionero Aprendiendo a vivir , que desarrolla la asociación de este colectivo y que trata de formar a jóvenes con síndrome de Down independientes y autónomos.
Quienes padecen esta discapacidad mental pueden realizar la mayoría de las tareas cotidianas: vestirse, ir solos al baño, moverse por la calle, hacerse la comida.... Sin embargo, generalmente, su aprendizaje de todas estas habilidades es más tardío que en el resto de las personas, agravado por otras dificultades, como la de movimiento que padecen en las manos. "Son discapacitados intelectuales y su ritmo de aprendizaje es más lento --explica la psicóloga del programa Luz Rodríguez--, pero pueden valerse por sí mismos. Quizás no para llegar a emanciparse, pero sí para ser autosuficientes". Esta iniciativa trata de demostrarlo.
El trasiego en la planta de arriba indica a David Jaraíz, el coordinador que hoy ha dormido en la casa con ellos, que los chicos están en pie. "Deben despertarse solos", explica Jaraíz. Esa sencilla operación es una de sus nuevas responsabilidades en el piso. "Nadie va ir a levantarles" y si alguno se queda dormido y no asiste a clase o al trabajo, se le castiga con lo que más le guste, como ir a nadar por ejemplo. Hoy no es el caso. Todos han sido puntuales en saltar de la cama.
La presencia de los periodistas no altera su rutina. Apenas se extrañan y continúan sus quehaceres con normalidad después de las presentaciones. Jacinto se ha puesto de punta en blanco para ir a trabajar a la Consejería de Bienestar Social como ordenanza. Ya ha hecho la cama y entra en el baño para terminar de asearse. "¿Cómo vas, Mario?", pregunta el coordinador. Mario trata de igualar los pliegues de la colcha. "Solo tienes que echar un poquito para arriba. Venga, date prisa que tienes que bajar a desayunar", le indica Jaraíz.
El desayuno
En la habitación de enfrente, Elena dobla su pijama y María José coloca la almohada. Cada una está centrada en su tarea y no hablan. "¿La ventana no se abre?", les recuerda Jaraíz como un padre espabilando a sus hijos. "Síiiiiii", contesta María José. "¿Ya te has lavado, Elena?", vuelve a preguntar Jaraíz. Elena entra en el baño e informa: "Me voy a lavar los dientes". "Y péinate", insiste el terapeuta.
María José y Jacinto están listos. Su ritmo es más acelerado y se ve que dominan mejor la rutina. Bajan a la cocina a desayunar. Solos, buscan en el frigorífico la leche desnatada, la mantequilla light y la mermelada de fresa. Del armario sacan el pan de molde integral, las galletas maría y el cola-cao . Jacinto canturrea. "¿Hay café?", pregunta. "No", niega ella. Preparan las tostadas, calientan la leche en el microondas y se sientan a compartir la primera comida del día.
Ya más despiertos, hablan. "¿Hoy es miércoles?", pregunta Jacinto mientras unta su tostada. "Sí, ¿vas a ver a Adela?", responde ella. "Sí", dice él, que no acaba de estar convencido del día y termina por sacar de su cartera un calendario. "¡Hoy es martes!", le corrige. "Esta noche juegan el Bar§a y el Liverpool" le informa y añade algo sobre el Madrid, parece que para picarla. Resulta que él es azulgrana y ella merengue . Bromean entre sorbos de cacao y mordiscos de pan.
Mario se incorpora al desayuno. Se prepara su cola-cao y unas rebanadas de pan. Más callado pero muy sonriente, se sienta y come en el otro extremo de la mesa. Elena es la última. Busca la leche, pero le cuesta encontrarla. Jacinto y María José la ayudan. "En la nevera, Elena. Arriba, Elena", le indica María José. Siguen bromeando y se ríen. "El cola-cao es bueno para los músculos", apostilla Elena.
El coordinador mete prisa. "Jacinto, a menos cinco tienes que estar en la parada, no te lo repito". "Vaaale", le dice Jacinto. Se levanta y se despide. "Luego vengo, Elena, ¿vale?". María José lava en el fregadero su taza y el plato. David Jaraíz regaña a Mario: "¿Cómo te estás comiendo las tostadas? ¿El pan se pone sobre la mesa?". Mario se ríe pero se levanta a por un plato.
Educación de los padres
"Hemos llegado a un nivel en el que casi no hay que recordarles nada. Saben lo que tienen que hacer pero tenemos que insistirles", explica el coordinador. "Están mal acostumbrados porque en su casa se lo hacen todo", añade. De hecho, el programa de la asociación también incluye la reeducación de los padres para que cuando los jóvenes vuelvan a su casa, continúen realizando las mismas tareas.
Jacinto sale para ir a trabajar. Conversa sin parar hasta la parada del autobús. "Elena y yo somos novios... desde hace cuatro años", confiesa mostrando su móvil donde guarda las fotos de ella. ¿Te gusta vivir en el piso?
“Mucho. Está Elena. Lo paso bien con los compañeros”, dice sacando el reloj del bolsillo para controlar la hora. “Está roto –muestra la correa desenganchada –, el viernes lo llevo a arreglar”. ¿Te sientes diferente a los demás, a mi? Calla, parece no entender la pregunta, pero sí, contesta: “No... ¿por qué?”. Monta en el autobús y se marcha.
En el piso, María José ve la tele y espera a que los otros terminen de colocar la cocina. Parlotea y apenas presta atención al televisor. “¿Tú qué eres?”, pregunta. Periodista. “Yo pinto. En mi casa tengo muchos cuadros. David tiene uno mío. También hago gimnasia rítmica y monto a caballo. Soy de Venezuela, mi mamá también es de allí y tengo muchos primos. Yo volví cuando se murió mi abuelo”. Casi de carrerilla ofrece un mapa de su joven biografía. ¿Te gusta estar aquí? “Me divierto con mis amigos, está bien”.
Los tres terminan. Abandonan la casa, Mario cargado con la basura para dejarla en el contenedor, y se dirigen al centro ocupacional de la asociación, a pocos metros, para ir a clase. Aquí se les enseña, por ejemplo, a manejar el dinero, técnicas de encuadernación y fotocopias –la asociación gestiona la reprografía de centros universitarios con vistas a una salida laboral–. Hoy la asignatura es el cuerpo humano. Manolete, un muñeco de plástico con los órganos extraíbles, les ayuda a recordar dónde está la vejiga, por dónde sale la comida o para qué sirve el corazón.
La tarde comienza en el agua. Natación en la Ciudad Deportiva. A las seis y media, regresan a casa unos minutos. Tienden los bañadores y las toallas húmedas y vuelven otra vez a salir. Ana Martín, otra coordinadora del proyecto, y Luz Rodríguez, la psicóloga, les esperan para acompañarles a la compra. Elena llevará el dinero, un billete de 50 euros. “Tienes que tener cuidado”, le advierte Martín.
La compra
La noche antes elaboraron la lista con todo lo que necesitan para la semana y la llevan en dos trozos de papel cuadriculado: en uno, maíz, zanahoria, pan bimbo, bizcochos..., y en otro, leche, huevos, palitos de cangrejo... Llueve. Hay que esperar el autobús que va al centro comercial Ruta de la Plata. “¿Qué autobús tenemos que coger?”, invita a hacer memoria la coordinadora. Ninguno contesta a la primera. Insiste. Al final es María José quien dice: “El siete”.
Charlan. El cumpleaños de Mario es dentro de unos días. “¿Me vas a invitar?”, le pregunta Elena mientras abre la boca en un bostezo. “Anoche os fuisteis tarde a la cama, ¿a que sí?”, les regaña Martín. “Estuvimos viendo Mira quién baila. Jacinto y yo bailamos un tango”, cuenta María José. Jacinto quiere mostrar cómo e inicia el movimiento del baile. “En la calle no se baila”, le corta la coordinadora.
Llega el autobús. Suben los cuatro chicos seguidos por sus cuidadoras y los dos periodistas convertidos en compañeros de un día. Los otros viajeros echan alguna mirada curiosa. Elena se queda rezagada y el resto ocupa los asientos traseros. “Si gana el Barça esta noche me voy a bañar a la Fuente Luminosa”, planea Jacinto. Siempre es el más hablador. Mario solo ríe. “Quiero casarme, ¿sabes?, dentro de unos años. Mi madre no quiere, pero yo sí. Y tener hijos”, sigue contando Jacinto.
Con su conversación y sus bromas, el viaje parece más corto. La expedición llega al centro comercial. Acarrean las cestas y empiezan el recorrido en Eroski. “A ver, ¿qué necesitamos?”, pregunta la coordinadora. Revisan la lista. “Leche”. “Leed los carteles a ver dónde está”. Se adelantan y rebuscan entre los pasillos. Encuentran zumo en el camino, que no es leche pero también está en la lista. “¿Cuánto cuesta?”. “67 euros”. “¿67 euros?”, duda Ana Martín. “Céntimos”, rectifica María José. “¿Es caro o barato?”. “Barato”.
Producto a producto, llenan la cesta. Comparan precios, tamaños y repasan una y otra vez la lista. “Les cuesta más que a otras personas leer o quedarse con las cosas, pero pueden hacerlo”, explica Luz Rodríguez. Ajenos a las miradas que despiertan, pesan los tomates, los kiwis, a Jacinto se le enreda la lengua cuando tiene que pedir la trucha asalmonada, pero al final acarrean con todo lo necesario. “Toma la vuelta”, le dice la cajera a Elena. Ella recoge el dinero con parsimonia mientras el resto distribuye la compra en media docena de bolsas. De nuevo al autobús. Aún queda la cena, revuelto de espinacas. Un poco de tele y a la cama. Mañana será otro día. La lección del miércoles: sexualidad.