lunes, 25 de febrero de 2013

El Dromedario no es un camello defectuoso

¿Qué pensar de quien considerase deforme a un camello por tener dos jorabas en lugar de una sola como le sucede al dromedario? ¿Sería justo que maltratase al animal con golpes, insultos y exigencias a las que no puede responder? ¿Sería lógico que pretendiese eliminar una de ellas para que se asemejase al deseado modelo? ¿Sería razonable que le castigase por su diferencia? Lo mismo podríamos decir de quien pensase que la gallina es un águila defectuosa y pretendiese hacerla volar a base de un absurdo y estéril adiestramiento.
¿Qué pensar de quien considerase deforme a un dromedario por tener dos jorobas en lugar de una sola como le sucede al camello?
Un camello es un camello. Un dromedario es un dromedario. Una gallina es una gallina. Un águila es un águila. Estas afirmaciones que parecen obviedades cercanas al ridículo están frecuentemente negadas cuando, en la escuela por ejemplo, tratamos a los niños y a las niñas como si fuesen iguales, como si tuviesen que acomodarse a un prototipo. Quienes se alejan de ese modelo, de ese arquetipo, parece que tienen alguna deficiencia, alguna tara. Son, por consiguiente, niños defectuosos. Una niña, por ejemplo, sería un niño defectuoso. Por eso llora, por eso es mala en matemáticas, por eso es charlatana. Un niño con síndrome de Down sería un niño normal defectuoso, que no puede aprender nada, que no puede valerse por sí mismo. Un niño gitano sería un niño payo defectuoso, incapaz de hablar bien, de comportarse cortésmente. Un niño magrebí sería un niño español defectuoso, que no domina la lengua castellana, que no conoce las costumbres, que no sabe quién la Virgen del Rocío.
El modelo lo constituye el varón, blanco, sano, inteligente, autóctono, creyente, payo, vidente, ágil, oyente, castellanoparlante… Los demás son “anormales” o, lo que es peor, “subnormales”. La institución escolar alberga problemáticas muy diversas, no sólo debidas a las diferencias infinitas individuales sino a las diferencias grupales (étnicas, lingüísticas, culturales, religiosas, económicas, de género…). Hay que caminar hacia una escuela inclusiva. Lo cual exige hacerse permanentemente esta pregunta: ¿a quién excluye la escuela?, ¿a quién le pone trabas para una integración plena?
Si un centímetro cuadrado de piel (las huellas digitales) nos hacen diferentes a miles de millones de individuos, ¿qué no sucederá con toda la piel? Con todo lo que ésta tiene dentro, con la historia y las vivencias y las emociones y las expectativas… No hay un niño exactamente igual a otro. Ni siquiera dos gemelos univitelinos pueden considerarse idénticos. Su historia es distinta, sus vivencias son diferentes.
Como en la escuela la actuación se dirige hacia un alumno tipo, quienes no responden a él, se encuentran con dificultades de adaptación. No es la escuela la que se adapta a los niños sino éstos quienes tienen que ajustarse al modelo que se propone o se impone en la escuela. Lo digo no sólo por lo que respecta al aprendizaje de las materiales sino a la forma de comportamiento y de relación.
Cuando se habla de “educación especial” creo que se produce una tautología. ¿Puede haber educación que no sea especial, que no refiera a cada niño en particular? O es especial o no es educación. El riesgo está en pensar que la diversidad afecta solamente a aquellos niños con alguna deficiencia como la invidencia, la sordera, el síndrome de Down, la espina bífida… Como si el resto constituyese un grupo homogéneo, idéntico. No. Cada niño es único, irrepetible, irreemplazable. No existe ese “alumno tipo medio” al que nos solemos dirigir cuando hablamos o cuando evaluamos.
La diversidad no es una lacra. Es un valor. Precisamente porque somos diversos podemos complementarnos y enriquecernos. Podemos ayudarnos. Y habrá más necesidad de ayuda para quienes tienen alguna dificultad o alguna carencia. La cultura de la diversidad necesita avivar la sensibilidad hacia el otro.
Imaginemos que en un Centro de Salud tuviera que atender un médico a los pacientes en grupos de 20 o de 30. Que tuviese que observar a todos los pacientes de forma simultánea durante un rato y luego recetar a todos la misma medicación. ¿Cómo podría responder a las necesidades de cada uno y de cada una? Es probable que lo que le vendría bien a uno resultaría un desastre para otro.
La atención a la diversidad exige cambios importantes en esferas muy distintas. En primer lugar en las actitudes de las personas. Me refiero tanto a padres y madres como a profesorado y alumnado. Hay que abrirse a los otros, aceptarlos como son, ayudarles a desarrollarse al máximo de sus posibilidades. En segundo lugar, en la organización de los centros. La atención a la diversidad tiene unas exigencias organizativas relacionadas con la flexibilidad, la creatividad, la autonomía y la audacia. Si la organización es rígida será difícil encontrar respuestas adaptadas. Si desde la Administración no se propicia, se cultiva y se apoya la iniciativa del profesorado, será imposible la respuesta adaptada a las exigencias que plantean los alumnos de cada escuela. En tercer lugar, requiere recursos personales y materiales. No se puede hacer frente a las exigencias de la diversidad sin más profesores y profesoras, sin más espacios, sin más recursos.
La cultura de la diversidad exige la puesta en funcionamiento de políticas de redistribución y de políticas de reconocimiento. Me explico. Hay grupos diferentes en la sociedad (pobres y ricos, cultos e incultos, por ejemplo). La solución para atender esta diversidad está en redistrubuir los bienes para que esos grupos se nivelen. Hay otros grupos que son diferentes (por ejemplo, creyentes y agnósticos, payos y gitanos, homosexuales y heterosexuales…). Respecto a ellos es preciso que se desarrolle una política de reconocimiento, de valoración positiva, no de igualación, no de redistribución.
Todo ello tiene que ver con la autoestima, con la aceptación de sí mismo. Porque si el gitano se avergüenza de serlo, si el emigrante se siente acomplejado, si el sordo no acepta su sordera, toda la intervención exterior resultará inútil.
La atención a la diversidad exige el respeto a todas las personas. Pero, arranca del respeto de cada persona por sí misma. Permítaseme terminar con una pequeña fábula al respecto. Una hormiga le pregunta a un elefante:
- Cuántos años tienes?
- Tengo tres años, contesta el elefante, con orgullo. ¿Y tú?
La hormiga contesta, justificando su pequeño y vergonzoso tamaño:
- Yo también tengo tres años, pero es que yo he estado malita.
No añadiré ni una palabra más. La actitud de la hormiga es demasiado elocuente.