Lo malo de dejar hablar a cualquiera sobre cualquier cosa es que, al final, resulta imposible controlar la estupidez. Esto se ve mucho en los programas de cotilleo, y con particular intensidad en el personal de los cotilleos rosa o rosiamarillos o rosiverdes. Y cuando uno de estos lenguaraces es elevado a la condición de parlanchín fijo, entonces el riesgo de estupidez aumenta hasta un índice de probabilidad infalible. Ejemplo: María Patiño en "Dónde estás corazón", el desolladero semanal de Antena 3.
La cosa fue que estaba la doña glosando el úlimo jaleo amatorio de Belén Esteban cuando, en un alarde de precisión científica, quiso calificar al último novio de la susodicha, y para ello no se le ocurrió otra cosa que asimilar al muchacho a un Síndrome de Down. Hubo muchos mensajes de espectadores molestos con la "periodista". Tantos que, en un momento determinado del programa, la Patiño tuvo que pedir perdón. Lo hizo a su manera, es decir, sacándose a sí misma a hombros, alabando su propia capacidad de rectificación: convirtiendo una metedura de pata en un triundo personal. Gente habrá porque hay gente para todo que juzgue elogiosa la rectificación de la Patiño. Es verdad que rectificar es de sabios, pero haría falta una indulgencia sin límites para considerar sabia a esta señora. Y lo que permanece más bien es su gesto espontáneo de recurrir al S. Down como sinónimo de estupidez. Ahora bien, entre un Down y un estúpido hay una diferencia importante: el Down es una persona con trisonomía 21; el estúpido, por el contrario, es una persona cuya necedad y torpeza no depende de condicionamientos genéticos, sino en buena medida de la propia voluntad. María Patió no es Down, evidentemente.
Yo tengo un hijo con S. Down: Arturo, un niño adorable. Podría haberme sentido personalmente ofendido por los desdenes de María Patiño. Y como yo, los muchos miles de personas con trisonomía 21 que hay en España (difíciles supervivientes del aborto generalizado), así como sus familiares. Sin embargo, no me siento ofendido como padre; me siento ofendido como espectador: ¿Por qué? Por el hecho de que una dama con las características intelectuales y morales de María Patiño goce del privilegio de la cámara y el micrófono, privilegio que nuestra tele niega a la inmensa mayoría de los ciudadanos, aunque tengan cosas mucho más interesantes que decir. El problema, pues, no es la Patiño; el problema es una televivsión, y sus directivos, y sus programadores, y sus profesionales, y sus anunciantesy, también, sus espectadores, que se ha convertido en un expendedor masivo de estupidez. Patiño sólo es un síntoma.
José Javier Esparza (crítico audiovisual)