Ahora le toca el turno a Paco Gallardo, que suspira, dice ¡ay, Dios mío! y se persigna. «Es que soy muy creyente» dice, para explicar el gesto.
Va a hablar de amor, de su primer amor. De una chica que recuerda con el pelo negro, «y con un pulso como el tuyo». Señala al bolígrafo que se desliza por la libreta, pretendiendo anotar casi todo. «¡Tenía un pulso! ¡Madre mía! Podría haber estado en un despacho, pero al final la tuvieron que llevar a una residencia, lejos, en un pueblo».
Paco Gallardo se ha fabricado un almanaque en el que aparece el año 2010 junto al número 50. Esa es la edad que él cumplirá el año que viene, y aparece en números grandes, dibujados con un lápiz azul, junto a 2010.
Pero a la chica del pelo negro y el pulso firme la conoció hace más de veinte años, en el colegio Bergamín, en el que él y ella ayudaban a los profesores de apoyo que atendían a los niños Síndrome de Down, con los que los dos se entendían bien. Hablaban el mismo lenguaje.
La segunda novia llegó bastante después. «Era más mayor que yo. Era de la quinta de mi hermana»», y señala a la hermana, que se llama María Victoria Gallardo y que es vocal de la Asociación Síndrome de Down en Málaga.
«Tuvieron una relación muy bonita, de tiempo. Pero parece que a la madre no le gustó y terminó sacándola de la asociación y de las actividades», explica ella.
Las madres y los padres de las chicas suelen ser más reticentes a que sus hijas mantengan cualquier tipo de relación sentimental, algo que recuerda a lo que ha ocurrido durante mucho tiempo con el resto de la población juvenil. En el caso de los síndrome de Down, los varones son infértiles, pero ellas pueden concebir.
«Y ahora ¿te gusta alguien?». Paco mira a un lado y a otro, pero se queda callado. Parece que hay alguien; una chica del grupo de Ocio, pero no puede decir su nombre. Eso al menos deduce Esther Gris Ferrer, la psicóloga que habla con ellos sobre afectividad y relaciones sexuales.
Los tejos a la psicóloga
«Paco, tú puedes responder si te gusta alguien o no y no decir el nombre», le explica ella. Pero Paco Gallardo sigue callado, y Esther le hace una propuesta: «Venga, pregúntame a mí si me gusta alguien. Pregunta: ¿te gusta alguien?» y Paco la mira, muy fijo, y dice: «tú me gustas a mí». Le acaba de tirar los tejos a la psicóloga, que se ríe y que vuelve a la carga: «¿Te gustaría tener novia?». «De cualquier color», dice él. «No soy racista».
Luego, su hermana explicará por qué no quiere dar el nombre de la mujer que le gusta. «Ella está saliendo con un amigo. Son muy leales, y se respetan».
Por el momento, Jesús Juárez, 29 años y lavacoches, prefiere darse un tiempo, y no emparejarse. «¿Novias? ¡He tenido miles de novias! ¡Miles!», afirma. Pero Paco le dice que es un exagerado, que eso no puede ser, que se concentre y que cuente. Jesús se pone a contar. Con las dos yolandas, ha tenido cinco novias y también muchos rechazos de las sucesivas suegras. Por eso ahora prefiere pasar un tiempo solo.
Control y celos
Blanca Loring, 38 años y que trabaja en Eroski, también ha tenido algún choque con la madre de alguno de sus novios, pero lo peor han sido las propias relaciones de pareja. Se ha topado con algún chico excesivamente posesivo y dice que lo ha pasado bastante mal. Habla de los mismos agobios que cualquier mujer siente cuando la controlan, cuando le imponen determinada forma de vestir, cuando las limitan.
«Se producen las mismas situaciones que en la población en general. Llegados a la adolescencia, también se les acelera las hormonas y sienten una especial inducción hacia lo desconocido, con la consiguiente inclinación hacia lo sexual», dice la psicóloga.
En el caso de los jóvenes con Síndrome de Down se añade otra circunstancia: no sólo es que tengan la afectividad a flor de piel, es que además la ponen de manifiesto sin demasiada inhibición. «Es entonces cuando se pueden producir situaciones que incomodan o alarman al entorno», asegura Esther Gris. «Pueden subirle la falda a alguien, echarse sobre él o sobre ella... Su aprendizaje es más lento, así que pueden hacer cosas de un niño de seis o siete años, sin darle ninguna importancia. Pero, claro, son chicos de 12 o 13».
Todo esto se trata en el taller de afectividad, en el que se les va enseñando cómo, cuándo, dónde, con quién; y también lo que deben evitar. De hecho, una de las temáticas que se aborda de forma transversal son los abusos sexuales, a los que esta población está muy expuesta, en parte por su predisposición a confiar rápidamente en el otro cuando el otro demuestra un poco de interés.
La forma de trabajar en el taller se basa mucho en la escenificación de situaciones: «por ejemplo, les acariciamos un hombro y les pedimos que se pongan en la situación de que quien les toca es un desconocido. Luego les pedimos que expresen cómo se sienten y les decimos que si se encuentran molestos o no les gusta, deben decir no». Cuando hay alguna parejita en el grupo, también la ponen como ejemplo. A través de cómo se abrazan o se agarran de la mano, les enseñan a diferenciar entre un tipo de sensaciones y otras.
José David Pascual, 21 años y estudiante de Cocina en el IES La Rosaleda y su chica son un ejemplo de pareja. Se conocieron hace cinco años en una salida del grupo de Ocio, y hasta ahora. «Fue un flechazo», dice el chico, que lo contó rápidamente en su casa. «Sin problemas», asegura. También afirma que no es celoso. Parece un chico bastante tímido.
Se ven poco, porque viven lejos uno de otro, así que cuando se juntan, si por ellos fuera, no se soltarían de la mano, «por eso les explicamos que hay momentos y momentos», dice Esther Gris.
Para la psicóloga, la mejor forma de que los joven de la asociación aprendan sobre relaciones afectivas y sexualidad es utilizando frases cortas y claras, que no den lugar a ambigüedades: «No basta decir que se pueden masturban en el cuarto de baño, porque cuarto de baño hay también en el instituto o en los bares. Es sólo un ejemplo. Hay que especificar».
¿Mantiene alguno relaciones sexuales? La respuesta de la vocal de la Asociación Síndrome de Down es que sí, y la psicóloga añade que ellos reclaman esa faceta, porque tienen esa necesidad: «Como el resto de los chicos, también ellos sienten la atracción física, una sensación que para cualquiera es difícil de controlar». Que puedan dar salida a sus necesidades de relacionarse sexualmente depende mucho del talante de los padres. Hay familias que se oponen y otras que comprenden que ese día tiene que llegar. «Pueden aceptar que tengan relaciones, pero controladas y planificadas», explica Esther Gris.