En los niños con Síndrome de Down es casi inevitable que la atención se dirija hacia lo que el niño no puede hacer, lo que le lleva a identificarse con sus limitaciones y a bloquear, en ocasiones, su deseo de aprender. Así, puede llegar a adoptar una actitud pasiva de «no sé» o «no puedo» que encubre la desesperación que le produce el hecho de no ser capaz de hacer lo mismo que los demás. Atender a esta situación puede dar al niño la confianza que necesita. El proceso de adaptación de un niño con Síndrome de Down al entorno escolar se considera un elemento fundamental en su desarrollo social y personal. El seguimiento de este proceso por parte de un especialista debe tener una doble función:
Por una parte, es necesario que el terapeuta responsable del tratamiento pueda identificar las necesidades del niño en un entorno social más amplio para valorar cómo se relaciona con los compañeros y adultos. Este objetivo se lleva a cabo mediante la observación del niño en situaciones naturales dentro del entorno escolar y a través de entrevistas con el educador.
Por otro lado, es importante orientar y dar apoyo a los profesionales de la escuela ayudándoles a identificar las necesidades y a detectar las diferencias de los niños dentro del grupo, así como facilitar los recursos que se pueden establecer para dar respuesta a las citadas necesidades.
Desde muy pequeños, los niños se dan cuenta de las diferencias, y muchas veces somos nosotros, los adultos, quienes negamos estas percepciones para no afrontarlas. «No hemos hablado del Síndrome de Down en clase porque no han preguntado, o porque todavía no notamos nada.» Y este momento, el del ingreso en la escuela, puede ser el más adecuado para explicarle al niño su discapacidad y también lo que tiene en común con el resto de niños. Es importante poner énfasis en sus aspectos más desarrollados para que el niño no se identifique sólo con lo que no sabe hacer. También es el momento de presentar al niño al resto de compañeros y explicarles por qué es más lento o por qué hace las cosas de diferente manera, y qué es lo que hace como todos los demás. Esta información evita actitudes de sobre protección o de rechazo. Si el maestro es consciente y acepta al niño, éste no será rechazado por el grupo. El niño con dificultades necesita, para crecer, un ambiente lo más normal posible y sentirse valorado y aceptado.
Conseguir un entorno lo menos restrictivo posible y diversificar la respuesta escolar ante las necesidades particulares que plantea el alumnado, implica generalizar los objetivos escolares de manera que, realizando las adaptaciones curriculares adecuadas, el niño llegue a conseguir una evolución satisfactoria.
Así, a medida que la escuela ordinaria ha podido contar con más recursos y apoyo, se pueden incidir en otros aspectos del desarrollo, como son la consecución de la aceptación de la discapacidad, la autonomía personal, la construcción de la identidad y la adquisición de madurez, con el fin de proporcionar las bases personales para una mejor integración social. Esta intervención no tiene por objetivo incidir en las tareas que corresponden a la escuela, sino reforzar y orientar todos aquellos aspectos que, con una atención específica, posibiliten una mejor evolución personal y, por tanto, una buena adaptación escolar, familiar y social. El niño con Síndrome de Down y el grupo terapéutico
Paralelamente al trabajo en el colegio, es interesante que el niño con Síndrome de Down asista a algún grupo terapéutico en el que se encuentre con otros niños con su misma discapacidad. El grupo proporciona dos elementos imprescindibles en la conquista de la identidad: el reconocimiento de la discapacidad y la constatación de las múltiples diferencias entre el colectivo de personas con Síndrome de Down. El grupo inicia al sujeto en las situaciones vitales que surgen en la relación entre compañeros, como son la complicidad, el enfrentamiento, la reciprocidad deseada y creada por uno mismo y que, en última instancia, conforman las relaciones de amistad, fundamentales para el desarrollo del sujeto.
El grupo de compañeros con unas mismas características personales (el síndrome de Down, en este caso) ofrece un entorno muy adecuado para la aparición, expresión y reflexión de todo lo que supone para el sujeto tener una discapacidad. Encontrar compañeros con quien compartir estas experiencias de la vida cotidiana que tienen que ver con la discapacidad (ser torpe, sentirse rechazado, confundirse, expresarse mal, sentir que se tienen dificultades...) facilita al sujeto la expresión y el reconocimiento de estos aspectos personales. De la misma manera, los sujetos observan - dentro del grupo- analizan y reflexionan sobre lo que cada uno puede hacer, sobre cómo es cada uno, y sobre lo que le gusta a cada uno, sobre las capacidades y posibilidades de los diferentes miembros del grupo, y así comprueban que existen tantas diferencias entre ellos como las que existen en otros colectivos. También los Down son diferentes entre ellos.
El análisis de las similitudes y de las diferencias es el elemento fundamental para la construcción de la propia identidad. En la medida en que cada uno pueda reflexionar sobre las características por las que se parece o se diferencia de los demás en los diversos colectivos de los que forme parte, podrá descubrir poco a poco su propia singularidad. Cuando la edad y la problemática son similares, el trabajo en grupo permite que sus componentes se ayuden entre sí para poder expresar lo que sienten. El trabajo en grupo les hace darse cuenta que hay otras personas con la misma problemática y este sentimiento favorece la desinhibición a la hora de hablar.
Un grupo se reúne para hacer un trabajo creativo y para afrontar las dificultades psicológicas de sus miembros. Cada uno siente que ha de cooperar, aportar su opinión, etc., y esto facilita, a la vez, la socialización. El grupo terapéutico genera lazos fuertes que permiten conocerse más y que después, fuera del grupo, pueden continuar con otro grupo de relación.
La pertenencia a un grupo tiene, en sí misma, una función terapéutica que está relacionada con los aspectos más saludables de pertenencia a un grupo en la vida ordinaria (por ej. de deporte, de excursionismo, de clase, etc.). El sentimiento de hacer una cosa en compañía de otros, el hecho de implicarse en una tarea común, tiene un efecto constructivo y terapéutico.
Como se ha dicho anteriormente, se trabaja con diferentes tipos de grupos, según cuáles sean la edad y las necesidades de sus componentes, y en cada grupo se marcan algunos objetivos:
1. Grupos de niños de 7 a 9 años de edad:
Incidir en el desarrollo del propio conocimiento personal.
Desarrollar las formas de interacción que se establecen entre los niños.
Promover la organización y estructuración de la propia actividad. Juego simbólico.
2. Grupos de niños de 9 a 13 años de edad:
Entender y aceptar su propia situación personal.
Disponer de estrategias y recursos para facilitar su ubicación en el medio social y cultural cercano y conocer las normas que lo rigen.
Favorecer el desarrollo de las competencias comunicativas.
3. Grupos de adolescentes de entre 13 a 16 años de edad:
Incidir en el desarrollo de la propia identidad personal en función de la edad, el sexo, la discapacidad y la ubicación personal, social y familiar y promover el conocimiento de los referentes acordes con la edad cronológica.
Promover la autonomía personal y la autonomía psicológica. Incidir en la visión que tiene el chico/a de su futuro inmediato, favoreciendo la adecuación entre limitaciones y posibilidades.
Una de las principales ventajas del paso por el grupo es, pues, la mejora de las relaciones interpersonales. El niño-chico está más cerca de sus amigos, de la familia y también se vuelve más flexible: puede cambiar sus aspiraciones iniciales ("quiero ser enfermera") y adaptarse a sus
circunstancias personales y sociales.