Marisa Ordóñez, tiene un hijo de 25 años discapacitado intelectual.
- En Mérida Marisa sale con su hijo Adrián del centro de Aprosuba, ayer.
Una vez que Adrián está listo y sale de casa de Mérida acompañado por su madre, coge un autobús --que costea la asociación Aprosuba a la que pertenece-- para estar hasta las 17.30 horas en este centro especial, hora a la que Marisa acude a recogerlo y, una vez de regreso a su hogar "ya no tengo tiempo para nada, tengo que estar siempre pendiente de él", comenta. Recibe bien a la ley de dependencia, porque cualquier ayuda añadida es buena, pero enseguida aclara que con esa cuantía de dinero "no me puedo permitir el coste que supone que una persona atienda a mi hijo". El dinero que entra en su casa es el que aporta su marido, autónomo.
Ambos se dieron cuenta a los pocos meses de nacer Adrián de que algún problema tenía, ya que "no hablaba nada cuando tenía más de un año". Tienen otro hijo, de 20 años, que Marisa quiere que "haga su vida", porque "el problema es mío, no suyo", pero tener una hermano con esta enfermedad "algo te condiciona", matiza.
Por eso, reivindica una atención "más individualizada" de los servicios públicos" .