lunes, 13 de junio de 2011

Mi hijo no tiene acceso a los mismos derechos que los demás niños

Una familia de Villafranca relata el día a día de vivir con un hijo con discapacidad intelectual.


 
Familia Elisa y Francisco Manuel, junto a su hijo Francisco.
  Francisco Manuel tiene doce años. Vive en Villafranca de los Barros con sus padres Elisa Grajera y Francisco Manuel Picarzo. "El primer año de su vida pasó más tiempo en el hospital que en casa", señala su madre. Aunque ella y su marido sospechaban que algo le ocurría al menor de sus dos hijos --tienen una hija mayor-- los médicos no dieron con la clave hasta que unas pruebas genéticas confirmaron que sufre una discapacidad intelectual, que prefieren no desvelar.
Como todos los niños de su edad Francisco Manuel depende de sus padres para casi todo: comer, vestirse, lavarse, llevarlo al colegio. Hasta ahí todo normal. Pero en su caso necesita más atención. "Tuve que dejar mi empleo en una peluquería cuando mi hijo nació. Desde que se levanta tengo que estar encima de él".
Asegura que su hijo no disfruta de los mismos derechos que cualquiera de sus compañeros del colegio (asiste de forma combinada a un centro ordinario y otro especial en Villafranca), porque no puede tomar las mismas clases, y las que a él más le benefician, como la hidroterapia, son más caras que las matemáticas o el inglés.
Elisa es consciente de que su hijo tampoco tiene las mismas oportunidades de futuro que cualquier niño. "Yo quiero que mi hijo sea independiente, autónomo, que pueda trabajar, que lleve una vida lo más normalizada posible dentro de sus capacidades", señala. Pero para ello necesita más atención de las administraciones públicas, y de momento eso se traduce en "más fondos para la puesta en marcha de centros especiales de empleo", señala su padre. Como el que acaba de abrir en Villafranca, en el que ofrecen formación especializada para aprender un oficio. En este caso se trata de una lavandería. "No sé si mi hijo llegará a alguno, pero tengo la ilusión de que pueda hacerlo y coger un futuro", al mismo tiempo que lamenta que no se detectara su deficiencia hasta cumplir el año de edad, y haber comenzado antes con los tratamientos de estimulación, lo que probablemente hubiera mejorado su situación.
Esta familia agradece el trabajo de Aprosuba 13, la entidad a la que pertenecen. Sostienen que sin la existencia de un movimiento asociativo que acompañe a personas como ellos poco se hubiera avanzado en la normalización de quienes sufren una discapacidad intelectual. "Sería como antiguamente, estarían encerrados en las casas". "Sería imposible pensar que un hijo puede tener un futuro", remarca Elisa.